Por cada muerto, un lapacho

 

Por cada muerto, un lapacho

Por cada muerto, un lapacho. Por cada corazón apagado, una nueva vida. Por cada cuerpo triste, un antídoto de flores. “No hay agua” dice la gente. Miren la lluvia de flores, digo yo. Avenidas pintadas en un planeta oscurecido. Esperanzas que brotan en tierras calcinadas. Pizcas de amnesia caen sobre cuerpos transitando bajos las arbóreas: en cabezas agachadas que ya no sueñan, en almas que divagan rutinariamente y sin vida. Melodías que florecen brotan de pájaros que acallan gritos desaforados con silbidos que alegran corazones deshojados.

 Suspiros en un cielo ennegrecido. Ya son muchos cuerpos cubiertos que no volverán. Se cree que las lágrimas jamás dejaran de cesar,  pero nacerán semillas que lo recordarán. Colorearan las vidas que fueron apagadas, y dará refugio a los que ya no creen en la azarosa vida. Incertidumbre que vuelve se aplaca en el aroma que tranquiliza las tristezas. Un día florecerá la alegría recordada, en memorias ya sanadas. Pizca de lapacho, flor de la vida.

Por cada muerto, un lapacho. Por cada corazón apagado, una nueva vida.

Vejez que se pierde en los cantos y se esconde entre plantas. Por fin encuentra la suavidad en vida añorada por años. Cuerpo que duele, siente el tiempo sobre sus espaldas. Respira al ver al florecer los árboles más preciados. Belleza en sus ojos que destilan vida, los corazones irradian de alegría. El cansancio es anestesiado por las flores. Y el silencio ya no es señal de desánimo, quietud para identificar un sinfín de melodías. Sonrisas cálidas. Benteveos y ruiseñores afloran  en su patio. Traen consigo un amor no olvidado.

 Paisajes soñados recorren jóvenes de la mano. El mal amor ya no existe, la flor ya lo ha borrado. Nuevas miradas que  hablan de amor sin hablarlo. Mejillas sonrojadas con  el primer abrazo. El tiempo se congela, las ilusiones vuelven. Plenitud del día.La magia del lapacho.

“Cae nieve” gritan los niños jugando. Danzan en la plazoleta  la nevada de flores con puñados en sus manos: pétalos rosados, amarillas y blancos vuelan por todos lados. Infancias gozosas que calma cualquier dolor. Risas de memorias que no piensan en el tiempo, que viven el día a día. Flores que unen cuerpos, ya nadie se acuerda del rencor.

Cuerpos angustiados entre cuatro paredes, sentados frente a una caja que habla de muertes. Es tan fuerte su grito, que aquieta vidas. Sueños irrumpidos, lágrimas sin esperanzas. Encierro pasajero que se vuelve eterno, ¿existe un paraíso? Preguntas de cada día.

¡Vengan yo conozco el paraíso! Adornado de lapachos florecidos que sanan vidas. Ojos apagados que lo ven vuelven a brillar. Los cuerpos giran bajo la lluvia de colores. Olvidan lo sufrido, ya no recuerdan lo malo vivido. Bocas calladas vuelven a las carcajadas. Alegría entre las calles con el cielo entre sus vidas. Destellan en los atardeceres como luz a punto de apagarse. Sombras que caminan en las penumbras salen de la oscuridad, levantan el vuelo con la luna llena que ilumina a las preciadas flores.

Por cada muerto un lapacho.

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