El sillón rojo

  Una vez, quizás en el momento apropiado, se cruzó antes mis ojos la frase que escribió Liliana Bodoc “La vida se comporta como un viento: desordena y arrasa”. Esas palabras desordenaron mi vida porque recordé aquel viento que llegó hasta nuestra casa, un viento que no pidió permiso, que solo entró repentinamente, que nos desarmó como si fuéramos un simple juego de rompecabezas y que jamás nos volvió a unir.

  Hoy esas palabras trajeron aquel viento que creímos que se había perdido. Hoy volví y volví con el viento, pero esta vez estaba calmado, esta vez solo vino para traerme recuerdos. Todavía no entiendo por qué me quiere llevar al mismo lugar, pienso que tal vez porque continué como si nada hubiera pasado, cruzo por allí como si él nunca hubiese estado. Hoy entiendo que no puedo anestesiar los recuerdos. Hoy veo a mi padre sentado en el sillón rojo, rojo como el color de su equipo, rojo como mi color favorito. Ese sillón que muchas mañanas y muchas tardes estuvo abierto, ese sillón que hoy se encuentra cerrado en un rincón y sin su dueño. Hoy me senté en el sillón rojo, hoy me senté a mirar qué es lo que él tanto miraba, siempre me pregunté qué tenía ese sillón que tanto lo mezquinaba -es mi lugar- esa era su frase, y sí era su lugar. Hoy que crecí entiendo que todos necesitamos un lugar favorito, un lugar en donde escapar por un rato, escapar de la realidad que nos invade, escapar de los recuerdos que nos ahogan.

  Ahora acá sentada, veo el llamador de ángeles que yo hice, veo cómo el viento mueve en forma circular las conchitas de mar unidas por el hilo de pescar, escucho el sonido que emiten al chocarse las unas y las otras. Me pierdo por unos instantes en esa imagen, olvido dónde estoy, quién soy. Ahora entiendo porqué siempre se quedaba sentado con una mano hacia su rostro y una pierna levantada mirando hacia la nada. Siempre me pregunté qué pensaba, pero ahora me doy cuenta de que en realidad no pensaba, que solo quería olvidar por unos instantes. Miro hacia la calle y veo cruzar a mi vecino, solo levanto una mano y él sonríe. Sí, él también habrá extrañado el saludo cotidiano, el saludo que parecía infinito, pero que un día llegó a su fin como todo lo que nos espera. 

   Me levanto y camino hacia los alrededores de la casa, veo que comienza a florecer su flor favorita, la flor de Navidad, una flor redonda y grande, llena de vida y de magia. Veo la mitad de una goma pintada de color naranja y el cascarón de ventilador que utilicé para armar macetas, recordé las pocas veces que hicimos algo juntos: buscamos tierra con abono y redecoramos el jardín, creo que mi entusiasmo por dejar todo tan lleno de flores lo animó a levantarse y enseñarme. Voy hacia el lugar donde alguna vez estuvo la huerta, hoy solo hay yuyos que invaden cada vez más, que tapan todo aquello que una vez soñamos. Vuelvo a sentir el viento por mi cara, me agacho y toco esa tierra y recuerdo esa vez que armamos los huequitos y colocamos las semillas para que nazcan verduras, recuerdo que cada día me levantaba e iba a mirar si ya había signos de una vida y cuando nació una pequeña plantita ahí también volví a renacer. Hoy acepto el viento, pero no acepto llegar a casa y ver cerrado su sillón rojo.

 

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