Entradas

Los ojos negros del otro lado

  Los ojos negros del otro lado Intenté de todo para escapar de él, pero esos ojos tristes me persiguieron hasta en mis sueños. Tuvo que pasar diez años para que por fin terminara ese martirio. Fue cuando finalmente entendí lo que quería decirme aquella mirada que quizás ya no exista, porque yo también estuve alguna vez del otro lado. Así como ustedes lo están ahora o lo estuvieron alguna vez en su efímera vida. Yo también caminé por calles atiborradas de gente. Yo también transité monótonamente, buscando qué consumir para aplacar los tormentos de la mente, queriendo pretender que existo, así como ustedes. No somos tan diferentes como suelen decir. Repetimos lo que hace el otro y tal vez sea por ese miedo a no saber quiénes somos, a ser considerados extraños o quizás para ser aceptados en un mundo que solo sabe mirar a quienes son mirados, por el simple afán de encajar en el circo. Así como ustedes, miles de veces, pasé a orillas de él, casi pisándolo como si no lo viese, como si f...

El sillón rojo

  Una vez, quizás en el momento apropiado, se cruzó antes mis ojos la frase que escribió Liliana Bodoc “La vida se comporta como un viento: desordena y arrasa”. Esas palabras desordenaron mi vida porque recordé aquel viento que llegó hasta nuestra casa, un viento que no pidió permiso, que solo entró repentinamente, que nos desarmó como si fuéramos un simple juego de rompecabezas y que jamás nos volvió a unir.   Hoy esas palabras trajeron aquel viento que creímos que se había perdido. Hoy volví y volví con el viento, pero esta vez estaba calmado, esta vez solo vino para traerme recuerdos. Todavía no entiendo por qué me quiere llevar al mismo lugar, pienso que tal vez porque continué como si nada hubiera pasado, cruzo por allí como si él nunca hubiese estado. Hoy entiendo que no puedo anestesiar los recuerdos. Hoy veo a mi padre sentado en el sillón rojo, rojo como el color de su equipo, rojo como mi color favorito. Ese sillón que muchas mañanas y muchas tardes estuvo abierto, e...

La explosión

  La explosión   Todo aquello que parece ser tranquilo deviene en explosión. Pensé que sería un domingo tranquilo, y lo fue hasta dijeron que iríamos a la casa de la abuela. En ese mismo instante asomé mi cabeza a través de la ventana, miré hacia arriba… lo sabía, el cielo de a poco iba transformándose en una nebulosa negra. Comenzaron las palpitaciones previas al terror, seguro alguna vez lo habrán sentido, son de aquellas que aparecen como alerta y no traen consecuencias; pero están ahí acechándote en la espera de encontrar una oportunidad para desplomarte. Palpitaba más de lo normal, mientras sentía fluir por mis venas el miedo ante la plenitud oscura sobre mi cuerpo, cuerpo pequeño ante la negrura que abrumaba mi mente. El segundo eterno terminó en un segundo al oír lo que no quería escuchar “apúrate que ya salimos”.    Cada paso era mirar hacia el cielo, ya no había tiempo para parpadear ni tampoco para pensar, la lluvia no debía agarrarnos a mitad de camino...

Destellos

Su vista comenzó a cegarse con los destellos del atardecer, el sol más que nunca, iluminaba todo a su alrededor, como si fuese la última vez que alumbraría la faz de la tierra. Unos minutos antes, había mirado su reloj, lo había sacado del bolsillo izquierdo de su campera negra. Ya no sabía si llamarlo reloj o lo que quedaba de el, había sido un regalo de su nieto por su cumpleaños número sesenta, pero debido a su torpeza y baja visión  lo había maltratado. Pensó en él, quizás  habrá cumplido los veintiún años, ansiaba verlo; sin embargo sus estudios lo tenían muy ocupado y ya casi no viajaba al pueblo – y si me subo al colectivo y lo caigo de sorpresa- esa idea rondaba una y otra vez en su cabeza, pero desconfiaba. Ya no tenía el mismo coraje que antes. Aquel anciano creía que si se iría muy lejos, tan solo sería para quedarse tirado por algún badén, perdido entre las peligrosas calles de la ciudad  o pensaba que quizás sus frágiles piernas no aguantarían tanto tiempo se...

Aquellas paredes

En el Instituto, a la hora de la siesta, comienza la lluvia primaveral: lluvia de esperanzas, tristezas y ansias, lluvia que cae sobre estudiantes de secundaria. Lluvia que sabe que están a días de su semana, en dónde las carpetas, trabajos y evaluaciones quedan en olvido - aunque sea por unos instantes.   Por los pasillos mojados, entre medio de cántaros de agua y quietud plena, se forman las primeras huellas: pequeñas, medianas y grandes. Las pequeñas pasan a ser medianas, y las medianas a grandes, hasta que vuelven a cruzar las pequeñas y así se mezclan las unas y las otras, así hasta desaparecer por completo, dejando solo rastros humedecidos y trozos de barro.  Aquellos pasos cuidan el tiempo, controlan los minutos y tal vez los segundos. Pasos que corren hacia las aulas, hacia los baños, y hacia el playón; pero por sobre todo, entre pasillos secretos se encuentran pasos que suben las escaleras una y otra vez, a veces sin ser vistos, a veces solos o a veces acompañado...
  La versión de un gato llamado Negro Dicen que los gatos negros somos diabólicos o que damos “mala suerte”, y para serles sinceros, sí, soy un poco diabólico pero no así como se lo imaginan, quizás un tantito peor. Pero no quiero que se asusten y en verdad quiero contarles mi versión de la historia, para que no solamente crean las invenciones de las vecinas chismosas, que por cierto son muy creíbles, ya que cuando me ven se les disloca el rostro  y hacen unas reverencias raras con sus manos, faa! quién sabe qué clase de señales y después dicen que yo soy el pariente del diablillo. Y bueno aquí empieza la versión del Negro, que por cierto es mi nombre, ya verán que es un poco redundante a mi aspecto, pero admito el esfuerzo de mi dueña por no encontrar un nombre mejor: La famosa desgracia o “mala suerte” ocurrió a finales de octubre. Yo a mi corta edad, era consciente de que no debía cruzar las calles o cazar bichitos por el barrio durante ese mes, ya que según cuentan las ma...

Los ojos negros del otro lado

    Los ojos negros del otro lado    Intenté de todo para escapar de él, pero esos ojos tristes me persiguieron hasta en mis sueños. Tuvieron que pasar diez años   para que por fin terminara ese martirio, fue cuando finalmente entendí lo que quería decirme aquella mirada que quizás ya no exista, porque yo también estuve alguna vez del otro lado. Así como ustedes lo están ahora o lo estuvieron alguna vez en su efímera vida. Yo también caminé por calles atiborradas de gente. Yo también transité monótonamente buscando qué consumir para aplacar los tormentos de la mente, queriendo pretender que existo, así como ustedes.    No somos tan diferentes como suelen decir. Repetimos lo que hace el otro y tal vez sea por ese miedo a no saber quiénes somos, a ser considerados extraños o   quizás para ser aceptados en un mundo que solo sabe mirar a quienes son mirados, por el simple afán de encajar en el circo. Así como ustedes miles de veces pasé a orilla...