La explosión

 Todo aquello que parece ser tranquilo deviene en explosión. Creía que sería un domingo tranquilo, lo creí hasta que me dijeron que iríamos a la casa de la abuela. En ese mismo instante asomé mi cabeza por la ventana. Vi el cielo, de a poco se estaba tornando negro. Ahora viene la parte de las palpitaciones previas al terror, muchas veces aparecen como alerta y no traen consecuencias, pero están ahí acechándote para encontrar la oportunidad de desplomarte. Palpitaba más de lo normal, mientras sentía fluir por mis venas el miedo ante la plenitud oscura sobre mi cuerpo. Un cuerpo pequeño ante la negrura que abrumaba mi mente. El segundo eterno terminó en un segundo al oír lo que no quería escuchar “apúrate que ya salimos”.

Cada paso era un mirar hacia el cielo, ya no había tiempo para parpadear ni tampoco para pensar. La lluvia no debía agarrarnos a mitad de camino. Pude haber inventado miles de excusas pero me atraía el aviso de la tía sobre la llegada de los libros en la casa de la abuela, de  aquellos que tiran en la ciudad de Bs As. Llegamos y saludé velozmente para lanzarme hacia una de las cajas selladas con cinta adhesiva. Encontré algunos clásicos de literatura Argentina “El matadero”, “La sangre”  ya los tenía en mi biblioteca. Seguí buscando y entre medio de tantas portadas visualicé la imagen de un haz de luz. Me detuve. Tomé el libro, lo leí y mis piernas tambalearon ¿Cómo superar el pánico a los rayos?  Miré a mí alrededor, no había nadie. Tragué saliva y abracé mi piel erizada ante tan encuentro.

Unas lágrimas cayeron por mi rostro. Lo había deseado por mucho tiempo, pero jamás pensé ni imaginé que existiese un libro dirigido a los que sufrimos alguna experiencia con los rayos, y ahora lo tenía en mis manos. A decir verdad nunca los busqué porque no lo creía tan necesario. Sentía una mezcla de sensaciones: Por un momento el alivio se apoderó de mí, pero también la desconfianza, no quería reconocer que lo necesitaba. No podía esperar para leerlo y fui a la pieza del segundo piso, donde mi tía guardaba todo lo que no vendía ya que solía  traer también  ropa de la gran ciudad. El cuarto emanaba polvo y estaba oscuro, no me quedó otra opción que abrir las ventanas aunque ello significaba observar el mal tiempo.

 “ El té de naranja”

  Toda técnica espiritual requiere un momento previo, un adornar la mente hacia lo que se desea sentir.

 Miré detenidamente hacia la ventana. Ya la mitad del cielo estaba cubierto con nubes negras. Lentamente iban oscureciendo todo a su paso. No había mucho tiempo. Bajé hacia la cocina y me dispuse a preparar un té con cáscara de algún cítrico, como mostraba al costado de las escrituras. Agarré las cáscaras de naranjas que casualmente estaban colgadas en la pared, sabía que lo colocaban en el mate aunque nunca lo había probado. Los introduje en la taza y puse a calentar el agua. Aquella bebida supuestamente serviría como estimulante para relajar el cuerpo y dar eficacia a la hora de realizar la respiración alcalina. Creí en el té mientras el agua hervida caía sobre las cáscaras del cítrico emanando un aroma agridulce que se introducía en mis fosas nasales, intuyendo la dirección en la que debía ir. Lo aspiré profundamente, aferrada a su capacidad y lo bebí confiada como quién quiere buscar una cura para su mal aceptando y probando todo, sin saber que lo hace aún más presente.

  Ansiosa entré nuevamente al cuarto con mis manos sujetas fuertemente a la taza, me sentía preparada. Comencé la lectura: el primer párrafo decía que debemos realizar una introspección para saber cuándo inició todo y que luego debemos enfocarnos en la intención de sanar, para ello debíamos realizar las técnicas de respiración alcalina que sugerían en el texto, usadas por los ancestros mayas. Miré las imágenes de las diferentes posturas, no parecían complicadas por lo que decidí realizarlas.

Inhalaba y exhalaba. Me enfocaba en mi intención. Aguantaba la respiración mientras mis brazos tomaban el aire exterior, los llevaba hacia mi pecho y luego los expulsaba. Cada vez más rápido al punto de convertirse en una especie de ritual. No pensaba en nada más que en sanar. Bebí otro trago del té, mientras sentía flotar mi cuerpo. El segundo paso era elevar los brazos hacia arriba y abajo, luego agregar el salto. Me iba adueñando de la técnica. Cerré mis ojos para pensar mejor en mi intención. Iba a una velocidad increíble que tal vez era producto de mi cuerpo relajado por la infusión. Ya no sabía si era yo quién saltaba y respiraba rápidamente.

“Primer encuentro”

 Sentía que debía levantarme de la cama y lo hice. Solo un momento me detuve a pensar en porqué ya no tenía sueño, si solo había dormido tres horas. El tiempo estaba aterrador. Me alegre al ver que llovía, ya que estábamos en pleno verano y sufriendo una terrible sequía  que no aparecía desde hace muchos años. Jamás tuve miedo a las tormentas, no tenía por qué. Así que decidí bañarme para sacarme el olor alcohol y a cigarrillos de quienes estaban a mí alrededor en la noche anterior, en el boliche. Saludé a mi familia que estaba distraída en la sala con los quehaceres cotidianos mientras llevaba mi toalla hacia el baño que está afuera.  Me dijeron unas palabras que no las escuché; no tenía ganas de decirles que vuelvan a repetirlas.

El frío y el aire de la llovizna empujaban mi rostro cuando bajaba por las escaleras mientras unas voces alteradas me gritaban. Yo estaba en mi mundo, nada me importaba. Con mi mano izquierda enchufé el termotanque  y al instante en que mis oídos estallaron con aquel estruendo, me vi acuclillada tapándolos. Temblaba. Me levanté tambaleando en un desconcierto, mi corazón saltaba. No entendía qué pasaba. Abrí los ojos. Volví a la realidad. Sentía el palpitar de mi corazón desaforadamente y bebí un poco más del té. Su sabor estaba tan fuerte  que creí desvanecerme, pero me aferré al libro.

 

Fragancias disfrazadas

El humeante olor a quemado impregnaba mi nariz. Busqué desesperadamente la taza de té y lo husmeé, pero ya quedaba muy poco del aroma, derramé por mis manos el último sorbo que quedaba y lo pasé por mi nariz tratando de mitigar el tufo a carbón consumido. Ya no habían más técnicas, pero si el título de otro libro. Bajé como una desquiciada por las escaleras, siendo adicta en busca de refugio a su dolor. No me preocupaba saltearme algún escalón y volar hacia el piso de cemento. Pensarán que iría a desparramar la caja, pero no hubo necesidad de realizar tal teatro. Ahí estaba simulando ser quieto, arriba de los demás escritos. Ya lo había encontrado o él me había encontrado a mí.

 Su portada me dio escalofríos: Una especie de mujer acuclillada, con una especie de aurea dorada sobre su cabeza, parecía ser un ángel con miedo “Como perder el miedo a la muerte” titulaba. Lo hojeé fugazmente. Eran tantas palabras dulces que solo entendí que tenía que buscar a aquella energía y descubrir que estábamos hecho de la misma materia. Lo tiré hacia un costado mientras escuchaba la torrencial lluvia. No sabía en qué momento comenzó, ya ni me importaba. Escuchaba el tumulto en el cielo, era la hora de salir. Caminé tranquilamente hacia el árbol más cercano, pensando en el aroma de la naranja hervida. El agua puesta en hervor estaba a punto de estallar. Las pulsaciones aceleradas volvieron y me tiré al suelo debajo de la próxima explosión. Cerré los ojos.

Segundo encuentro

Escuché la explosión. Abrí mis ojos y estaba en plena oscuridad, nuevamente acuclillada, cubría mi rostro entre mis piernas mientras lloraba suplicando unas oraciones al altísimo. Los latidos eran cada vez más fuertes, al punto de creer que mi corazón abría mi pecho con unas navajas que sin piedad punzaba una y otra vez al escuchar el estruendo. Cada vez más cuantioso era el torrente de agua que caía sobre mi cuerpo. Yo sabía perfectamente el momento en el que caería un rayo, lo había analizado tantas veces. Estaba cerca, el tumulto de energía comenzó a sonar como agua puesta en hervor, conocía aquel horrible ruido. No quise mirar hacia arriba,  escuchaba cómo  iba formándose al momento de sentir cuando estaba perfectamente colocado sobre mi cuerpo. Junte valor y corrí, no sabía si iría detrás de mí, o si abarcaba todo el cielo. Mis lágrimas se conjugaron con la lluvia, no me importó que alguien me viese huir por las calles oscuras. Era solo una cuadra pero parecían kilómetros. Me maldije por haber salido, pero no tenía opción. Escuché la explosión de la bomba y un olor a quemado ahogaba mi nariz húmeda. Ya había caído el rayo y muy cerca. Nuevamente se preparaba otro, y entré a la casa empujando y cerrando la puerta con fuerza.

    Las nubes negras ya habían cubierto todo el cielo y el eterno segundo término en un segundo cuando escuché lo que no quería escuchar “Apúrate que ya salimos”

 

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