“Una botella de vino”

  Se convirtió en basura lo que alguna vez fue un hogar: botellas enteras y botellas quebradas se adueñan del lugar. Su mundo fue ahogado en un olor nauseabundo de fermentos que provocaban ira y peleas que parecían no tener final.

Platos sucios cubrían el sofá, ropas viejas abrigaban baldosas rotas, zapatillas sin pares en cada esquina, vasos de vino debajo de la cama y los pocos muebles cubiertos de suciedad. Todo en su desperfecto lugar. Su pieza era la única que seguía adornada con sus libros favoritos, los que hablaban de muerte fueron deshojados y los de su niñez guardados. Los cuadros fueron retirados de las paredes sin pintar; las fotos amadas fueron abolladas, algunas quemadas y otras rayadas. Luego venía la culpa. Los retazos unidos con cintas y las velas prendidas en su altar.

 Todo era parte del castigo o del dolor buscado que lo habían atrapado. Conscientemente fue participe de sus propias necedades. Ya no había vuelta atrás, ya todo había terminado.

 El principio de un final ocurrió en una noche en la que los gritos se adueñaban del falso hogar. Ahora solo quedan recuerdos en papel y en mentes queriendo ser anestesiadas. Los ojos hinchados y los labios embebidos tecleaban señales de angustia implorando una mentira, pero todo era verdad. Seguía el ritual de vestidos negros y abrazos por orden de llegada. Retrato en mano, tortura en la espera. Caricias al papel, tarde otra vez. Palabras que  nunca se dijeron retumban en oídos inertes. Llegan las flores favoritas inventadas para buscar consuelo. Traen velas que se prenden una y otra vez si es que el muerto con el viento lo acepta.

Quién diría que un libro lo llevaría entre medio de sus manos y otros tres a sus costados. Con telas de seda blanca su cuerpo adornaba. Su rostro maquillado como máscara de lo no aceptado. Cajón cerrado, focos apagados, puerta llaveada. Flores, coronas y carteles la acompañarían hasta la llegada. Atrás va la muchedumbre que peregrina sin quejarse con rosarios aferrados a sus manos. Fuertes suspiros de almas intranquilas y dedos que enumeran esferitas seguidas de rezos que nadie escucha pero que repiten por respeto.

   Siempre hay un primero que se acerca a tirar tierra, después marcha cuerpo tras cuerpo realizando la misma acción, muchos no saben ni para qué lo hacen, pero no quieren sentirse intimidados. Otra vez aparecen las flores, unas  blancas, otras rojas que se lanzan entre medio de cantos y lágrimas que ya ni se sabe de dónde salen, pero que siguen hasta el final. Ya solo quedan unos pocos que se acuerdan de cubrir sus rostros luego de abrazos compartidos. La  culpa ahora los persigue y se despiden desde lejos. Reparten barbijos y alcohol en cada mano mientras momentáneamente vuelven las preocupaciones de un virus que lleva  vidas. Quedan algunas miradas que buscan ojos llorosos, si lo encuentran es para luego divulgarlos. Quién vino y quién no vino solo eso ya importa.

    Ahora llegan en el que fue su hogar porque ya no es hogar. Cuerpos agachados, llave en mano, foco encendido, puerta que no quieren abrir. Dentro del cuarto el retrato otra vez en manos, celulares que no quieren ser atendidos y platos que no quieren ser juntados. El silencio se adueña sus vidas. Los días ya no se convierten en años y  las maletas se despiden llevando lo necesario. Unas prendas son tiradas y otras guardadas para atesorar recuerdos. Sonrisas que no vuelven. Peleas que ya no existen y que no volverán a existir. Una boca que calla y calla a las demás.

Un cuerpo que se culpa cae en el vacío. Paredes que no oyen, paredes que olvidaron los gritos atrapados. Silencio aterrador de ventanas que se cierran y de puertas que encadenan. Los días solo son de oscuridad. Llora porque nadie lo ve. Siente porque está solo. Un trago para olvidar otro trago para no sentir. Mano automática de programación guardada. La casa se vuelve sucia, los platos ya nadie los limpia, los libros se deshojan cuando se busca a un culpable y las fotos se queman para poder olvidar. Las visitas de piedad ya no vuelven y las ratas se adueñan del lugar que un día fue hogar. Ya nadie lo ve.

  Se convirtió en basura lo que alguna vez fue un hogar: botellas enteras y botellas quebradas se adueñan del lugar. Su mundo fue ahogado en un olor nauseabundo de fermentos que provocaban ira y peleas que parecían no tener final.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Los platos sucios

Iluminado

Confesiones de un alma abatida: Andrés Guacurarí