Después
de partir
Ella se rehusaba a partir y yo me sentía culpable
por no saber cómo retenerla. Aunque no me lo dijo lo sentí así; en su voz, en
su mirar destellado hacía sus plantas verdosas que deseaba ver renacer en
primavera, aunque fuese por última vez. Partió en la madrugada fría de julio
del 2020. Sentí coraje por no tener fe
para que sucediera un milagro. Yo solo quería que vuele en primavera, rodeada
del aroma de sus flores, por cuidarlas y amarlas tanto.
La observo para no olvidarme de
su rostro. Mientras acaricio su cabello blanco recuerdo su sonrisa. El pensar
que algún día se borrará de mi cabeza me vuelve triste otra vez. Trato de
entender porqué no pasé más tiempo con ella. La vi apagarse con cada visita
del médico, llevándose consigo nuestras esperanzas. Se fue sin saber si habían creado la vacuna para prevenir el virus que nos mantuvo alejados
de ella. Aunque pienso que tal vez la llevó la tristeza o que quizás prefirió
irse antes para no vernos partir. Como humana, buscaba una justificación
mientras escuchaba los porqués de sus hijos sollozando frente al ataúd.
La toque y sentí su piel cálida, eso me llevó a mirarla con ilusión de verla abrir sus ojos, así como cuando nos detenemos a apreciar el rostro de alguien querido a punto de despertar de su sueño; en el fondo sabía que no lo volvería hacer, ese [no] quizás me limitaba, hacía que me enfoque en la realidad caótica sin esperanzas de resurrección. La besé, su piel se iba tornando fría. La tristeza me ahogaba. Sé que debíamos abrazar ese sentimiento para no vivir afligidos, lo escuché tantas veces... Y volvía aquella voz "somos energía” , pero nadie nos enseñó a soltar, a sonreír porque ahora es divinidad y nosotros también algún día lo seremos.
Los perros comenzaron a aullar, y mi corazón comenzó a latir con fuerza, era hora de partir.Todo comienza a nublarse, los cuerpos que quedan son ecos de dolor. La vuelta es un silencio vacío. Las palabras de consuelo se esfuman. El mundo se convierte en un lugar rutinario, los colores ya no suelen alegrar la vida, se siente como si el mundo ya no tuviera sentido; pero se sabe que con el tiempo volverá a renacer, que la tristeza se irá. Sí, fueron meses en que no queríamos volver a su casa, sentíamos que sin la flor más preciada del jardín nada sería lo mismo.
Volví
en primavera. Un sol radiante iluminaba el enorme patio verdoso, el aire estaba
tranquilo, infundía el gozo de estar en el paraíso, pensé que tal vez así sería.
Inhale profundamente esa paz y me regocije en sus flores. Entré a su habitación.
Su aroma seguía intacto, su altar adornado y con una vela encendida. Su cama que
estuvo en la misma posición por más de treinta años ya no estaba pero yo la
imaginaba. Eran las tres de la tarde y prendí la radio. En su honor escuché el
rezo hacia el Todopoderoso como ella lo hacía. Terminó la oración, era la hora
de ir al patio. Vi su silla de ruedas y la saqué afuera, coloque una flor roja
en el asiento y me senté al lado como
los días en que contemplábamos el jardín entre risas y mates. Noté el brillo
del sol sobre los pétalos. Sonreí. ¡Allí estaba mi querida abuela!.
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